05.2012
Algunas veces, la piel de las cerezas maduras no es capaz de estirarse cuanto les obliga una borrasca a destiempo y se acaban todas por agrietar. La cosecha se da entonces por perdida y sólo unas pocas como éstas, rescatadas sobre la mesa del Gazteluleku, quedan como prueba de que un día estuvieron tan ricas como al otro reventadas.
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